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La revolución de Jacinta, una de las once formas de la herida en
La justicia del diablo,
de Rocío Corona Azanza

Los expedientes estaban ahí, palabras que nombran la vida como si fuera un objeto; frases burocráticas para contar la muerte, la miseria, el hambre y la injusticia. Rocío Corona Azanza los leyó para un trabajo académico y, aunque tuvo su publicación en esa vertiente, algo no había logrado salir del todo: las mujeres y los niños que conmocionaron a la historiadora, continuaban rondando en su cabeza. La conmoción se volvió rabia y la rabia, escritura.

Así nació La justicia del diablo (Ediciones La Rana, 2024), libro que recoge once relatos basados en expedientes judiciales de los siglos XIX y XX. No son solo cuentos. Son reconstrucciones de vidas que pasaron por el sistema de justicia mexicano y salieron de él más dañadas que antes, o ni siquiera salieron.

El título del libro no es una metáfora, es una denuncia. No hay justicia divina, ni justicia a secas, lo que encontramos es un aparato que castiga más a los pobres, a las mujeres, a los niños, y protege a los violentos. Una justicia que normaliza el dolor si viene de una mujer golpeada, que encuentra delito en una adolescente que desea unos zapatos y no duda del patrón pero sí de la viuda.

He acompañado a Rocío en un par de presentaciones. Nuestra charla ha sido muy nutrida porque ella, entre otras cosas, es una mujer generosa y muy inteligente. Pero hay un cuento con el que me siento en deuda pues, cuando lo leí, me conmovió profundamente y en las presentaciones se me perdió de vista. Así que hoy quiero hacerle justicia a Jacinta y a su revolución.

El cuento «La revolución de Jacinta» se centra en la vida de esta mujer en el contexto de la Revolución mexicana, explorando las violencias que atraviesan su existencia más allá del conflicto armado.

El relato se sitúa durante el velorio de Genaro, el esposo de Jacinta, quien ha muerto luchando en la Revolución, asesinado por «los pelones». Las conversaciones iniciales entre las mujeres presentes en el velorio establecen el contexto de pobreza y hambre que llevó a hombres como Genaro a unirse a la «bola».

Sin embargo, la historia se nos presenta desde la perspectiva de Jacinta, quien no parece experimentar el luto convencional. A través de sus pensamientos y recuerdos, el lector descubre la violencia doméstica que sufrió a manos de Genaro. Se nos revela que él era un hombre abusivo, especialmente cuando bebía, que la golpeaba con un leño y un machete, e incluso llegó a cortarle las trenzas. El acto más trágico de su violencia fue cuando un golpe dirigido a Jacinta alcanzó y mató a su hijo pequeño, José Refugio. Entonces entendemos que no puede dolerle la muerte del marido porque es el mismo hombre que le ha causado su dolor más profundo.

Esta historia contrasta la expectativa social del duelo, expresada por su suegra y otras mujeres, con la incapacidad de Jacinta para llorar. Mientras ellas rezan y lamentan la muerte de Genaro, Jacinta se enfoca en tareas prácticas como servir canela y se siente perseguida por los recuerdos de la violencia de su marido.

La «revolución» en el título del cuento no solo alude al conflicto armado en el que murió Genaro, sino, de manera más significativa, a la lucha interna y silenciosa de Jacinta contra la violencia y la opresión que vivió en su propio hogar. Su incapacidad para llorar no es una falta de sentimiento, sino quizás una manifestación de su revolución, una resistencia a lamentar al opresor. Para Jacinta, la verdadera revolución es sobrevivir al abuso y encontrar una forma de existencia liberada de la presencia de Genaro, aunque esto venga con el estigma social de no mostrar el luto esperado.

El cuento se enfila con el propósito del libro de dar voz a sujetos judiciales y personas marginadas, cuyas historias oficiales están sesgadas. Jacinta representa a las mujeres que sufrieron —y siguen sufriendo— violencia intrafamiliar, un tema recurrente en los relatos, y cuya dignidad moral es restituida a través de la narrativa, mostrando la complejidad de sus experiencias y emociones, que a menudo escapan a la comprensión o la «justicia» del sistema o la sociedad. La historia destaca que, incluso en medio de una revolución histórica, las luchas personales por la supervivencia y la dignidad, especialmente para las mujeres, pueden ser igualmente intensas y significativas.

La justicia del diablo no es un libro para sentirse cómodo. Muestra una herida que se abre y deja ver lo que muchas veces no queremos mirar. Nos recuerda que el archivo también es cuerpo, que la historia oficial está llena de silencios y que a veces la única forma de justicia que queda es que alguien te nombre, te escuche, te crea.

 

La justicia del diablo, de Rocío Corona Azanza (Ediciones La Rana, dentro de la colección Fondo para las Letras Guanajuatenses, 2024)

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Narradora, editora e impresora de cuarta generación, Ana Paulina Calvillo nació en la Ciudad de México en 1974 y radica en Guanajuato capital desde finales del siglo XX, donde realiza proyectos culturales y de promoción a la lectura y es directora editorial de Los Otros Libros. Cuentos suyos forman parte de la antología Palabra Germinales (Ediciones La Rana, 2002) y Premios de Literatura León 2020 (Instituto Cultural de León, 2020). De su producción dramática publicó Los Reyes (Los Otros Libros, 2020) y es autora del libro de cuentos Marca de agua  (Ficticia, Ediciones La Rana, 2023)

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