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Qué es la Suma de viento sino
la suma de gestos de lo que somos: voz sumada.

En un mundo que nos anima a hablar más en lugar de escuchar, a postear todos los días en redes sociales insignificancias, a compartir lo que nadie nos ha pedido o promover la imagen propia antes que la obra; desconectarnos, callar, publicar sólo cuando el texto lo amerite, pueden ser el último acto de salud mental, de rebeldía.

               Esta valoración opera con base en un “régimen de la singularidad”, es decir, que tiende a acentuar en el sujeto, lo particular, individual y personal, en contraposición con lo social, colectivo y lo público. La cuestión del “don artístico” destaca con claridad esta tensión. El don es un dispositivo privilegiado precisamente de ese valor. No cabe la menor duda que los valores de singularidad inherentes a cualquier tradición estética moderna son productos heredados de una historia de la literatura como valor y del valor de la literatura.

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En el ámbito de la cultura guanajuatense, los escritores son los actores sociales más representativos de este estereotipo de singularidad, el típico lugar común: la ilusión de llegar a ser el sujeto creador, cuando el “artista” no es sino el producto de un determinado contexto socioeconómico; en otras palabras, perteneciente a una clase social, un habitus (como lo diría Pierre Bordieu). Esta voluntad egoísta es la que se refleja en cada imagen (retocada o no) obtenida en las consabidas presentaciones editoriales, en cada charla literaria, en cada autógrafo plasmado. Esto, por supuesto, disfrazado de expresiones sobrecargadas que agraden la “dignidad” del escritor o de sentidos vagos y generales sobre lo que es el imperio de la opinión pública.

Es obvio que lo anterior no pretende asumir una postura reduccionista del arte. Todo lo contrario, es el lugar por excelencia en donde se impone la necesidad de ampliar el punto de vista. ¿En qué medida, entonces, podemos señalar que la creación artística es plural, colectiva, irreductible a la singularidad de un creador único? O será que el verdadero artista es percibido como alguien que persigue finalidades impersonales (el avance del arte) por medios personalizados (mediante un estilo original). O persigue fines personales (la promoción, la fama) por medios impersonales (la estrategia de una carrera literaria).

Originario del aún entonces Distrito Federal (1965), Raymundo Marmolejo Olea reside desde hace cinco décadas en Guanajuato. Aquí estudió Letras Españolas, aunque la maestría la obtuvo en la UNAM y el doctorado por la Universidad de Guanajuato. Reconozco que Marmolejo es un escritor que hasta el libro Suma de viento, había pasado de cierta manera inadvertido para mí. Había leído algunas de las semblanzas literarias de su autoría ─mas no ensayos─ sobre Lezama Lima y Herman Hesse, que recopiló junto con otros treinta autores por su paso por el Museo Iconográfico del Quijote en calidad de coordinador de literatura, durante el ciclo Miércoles de letras. También aparece en el libro Palabras germinales (2001) de infausta memoria para muchos, así como en la recopilación de cuento Una cierta alegría en no saber a dónde vamos, cuento de Guanajuato, 1985 – 2008, editado por Jorge Olmos para el Instituto Cultural de León (yo fui uno de los lectores curadores de esa edición). Raymundo fue becario como tantos otros. Y nada más. Siempre he dicho que la labor como profesor y gestor cultural implican un cierto sacrificio de una búsqueda más personal. Hasta que apareció el año pasado esta opera prima dentro del género poético, publicado bajo el sello de Ediciones La Rana, en la colección de Autores de Guanajuato.

Es así como en Suma de viento, al parecer sin proponérselo de manera consciente, Marmolejo recurre a una voz colectiva y que, si bien mantiene un cierto tono existencialista, no por ello, sobre todo en la primera parte, entrevera una visión poliédrica sobre “el otro” o, mejor dicho, “los otros” y, por ende, deviene en vocero crepuscular de una o varias generaciones de autores que, al término de esa experiencia de carrera literaria ya consumada, deciden abandonar el escenario.
 

YA CAÍDO / no eres tú, ni yo. / Es el nosotros. / Culpables, ejecutores /
del mundo. / No es él, ni ella / las, los, de la transgresión / sino tú. /
Es nosotros en pluralidad / los que hacemos / los que cambiamos /
o los que no queremos; / y entonces / obtenemos / esto que somos /
y persistimos. / Claro, / fueron otros.

 

Si bien uno de los rasgos que precisamente distingue al poeta es la singularidad de su voz, lo es también cuando su respiración como la nuestra confluye en el origen mismo que sustenta nuestras vidas. No por nada, aparece en la portada un óleo del emblemático José Ignacio Maldonado (Alta tensión, 1993); mientras que, en la contraportada, Amaranta Caballero lo define como “un poema de largo aliento o un grito que perdurará en la memoria colectiva.”

Amamos lo que reconocemos. No recuerdo en cuál de sus libros Bachelard había dicho que: “El hombre es una creación del deseo, no de la necesidad”. Esta expresión se me quedó tan grabada que pasado el tiempo la utilicé como frase de presentación en el muro de mi perfil de Facebook. Lo curioso es que se nos ha hecho creer todo lo contrario, que no es necesario el deseo, la ensoñación, ni la palabra, y la poesía como una manifestación de lo aparentemente superfluo. Que yo conozca, nadie ha muerto porque no haya podido leer un poema, o porque sí. No obstante, ese acto gratuito es el que da sustento, sentido a nuestras vidas. La poesía da fundamento y razón de ser a nuestro decurso vital. ¿Cómo se refleja esta singularidad en el comportamiento del autor?, sino en “El silencio inminente / en sólo un paso. / Morimos cada día. / Al dormir apagamos / entramos en la paz obscura, / olvidamos; / somos vuelos, / caballos desbocados, / sueños. / Al regresar, completos, / volvemos a lo mismo: / La exposición, / la convivencia. / La muerte practicada / adelanta descanso, / paz, / obscuridad; / el cierre acostumbrado”.

No hace falta decir que, por supuesto, hay otros poetas con más oficio, con mayor trayectoria, pero pocos como Marmolejo han asimilado la luz inevitable, esos “relámpagos del vivir”. Porque qué es la suma de viento sino la suma de gestos de lo que somos: voz sumada. El canto de despedida de una generación cuya grandeza se mide por el “gusto por la desilusión” (del que hablaba Musil). O como magistralmente, Raymundo Marmolejo nos revela:


SIEMPRE EN REBELDÍA vivimos
como individuales del sí mismo,
como ascuas.
Partículas diferenciadas
entre el todo,
pero al entrar a la oscuridad,
al cese del ser,
hace temblar
y por supuesto temer.
Las certezas callan,
las acciones se asimilan
y lo inevitable,
aunque no se acepte,
no se entienda,
aunque se espere,
se asimile,
pega definitivamente y sólo se sobrevive instantes
los del mejor nosotros.​

RBF

Suma de viento, de Raymundo Marmolejo Olea, Colección Autores de Guanajuato, Ediciones La Rana (2023).

RBF

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