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La infancia es un paraje poético y la memoria una biblioteca secreta
Lundalia, de Omar Méndez Sámano
por Ana Paulina Calvillo
Conocer a Omar Méndez Sámano ha sido para mí algo más que un encuentro literario, es la posibilidad de confirmar que la poesía, además de un género y un oficio, es una forma de habitar el mundo con los sentidos dispuestos al asombro. Leer Lundalia me hizo regresar no sólo a mi propia infancia, sino a todas las veces en que, siendo adolescente, la literatura me salvó del silencio y del aislamiento. Y es que el mismo Omar cuenta que en el contexto en el que vivía no parecía haber lugar para sus sentimientos, que mientras sus amigos hablaban de otras cosas y su familia no entendía el vértigo de una estrofa o el consuelo que puede ofrecer un verso, él armaba —sin saberlo— la biblioteca de su memoria. A esa biblioteca hoy se suma Lundalia, su primer libro, una publicación de Ediciones La Rana dentro de la colección Fondo para las Letras Guanajuatenses; ganador, además de los LXX Juegos Florales Nacionales de Santiago Ixcuintla Nayarit (2024).
Lundalia es una colección poética profundamente evocadora que se sumerge en la experiencia de la niñez, no como un paraje perdido ni como una etapa idealizada, sino como un lenguaje secreto que sigue resonando en la conciencia adulta. En esta obra, Omar construye un universo en el que los sentidos, la imaginación y la memoria dialogan con el paso del tiempo para revelar lo esencial de crecer, recordar y transformarse.
La infancia, eje central del libro, es un crisol de descubrimientos sensoriales, juegos simbólicos y primeras confrontaciones con el dolor y el desconcierto. Omar captura esa percepción infantil del mundo —intensa, impredecible, fascinada— donde cada objeto y fenómeno natural se carga de significado: los saltamontes huelen a verde, la noche es un yogur de fresa, la ira sabe a barro. ¡La belleza de la sinestesia donde todos los sentidos se encuentran entrelazados! El lenguaje del poeta imita esta lógica no racional, intensamente metafórica, donde el asombro y la imaginación son fuerzas fundacionales.
En este sentido, Lundalia no narra la infancia: la encarna. El lector no es un testigo distante, sino un cómplice de esa mirada que convierte a la tierra en un parque de diversiones, a las gafas en portales, y a las palabras en animales que zumban y mutan. El poema es el juego y el juego es la visión del mundo. Las escenas familiares —el padre que es columpio, la madre que guarda la luz del día en frascos, la abuela que cocina con el frenesí de sus catorce años— construyen una constelación íntima de afectos desde la perspectiva de quien apenas comienza a comprender el entramado emocional de las relaciones humanas.
Lo que hace de Lundalia una obra profundamente conmovedora es su reflexión sobre el tiempo. La niñez no solo se retrata como experiencia sensorial, sino también como umbral de transformación. El paso del tiempo es una presencia constante: los cuerpos cambian, los lugares desaparecen, la memoria se erosiona. Omar hace visible esa fugacidad, no con resignación sino con una ternura radical: “la infancia pasa como un acento prosódico mal pronunciado”. Así, el libro se convierte en un intento de fijar las improntas de lo vivido antes de que se diluyan.
Lo onírico y lo fantástico, lejos de ser un escape, son en Lundalia otra forma de conocimiento. Los sueños, los juegos de transformación, los mundos imposibles son estrategias del yo infantil para aprehender lo incomprensible: la muerte, el miedo, la soledad. El autor no borra la tristeza ni la incertidumbre; al contrario, las incorpora como parte del crecimiento, como umbrales que también se cruzan con los ojos bien abiertos.
Los personajes que pueblan este universo —Jacinta, don Fermín, los abuelos, los hermanos— no son figuras estáticas, sino presencias en movimiento que encarnan el peso de la historia personal y colectiva, la fragilidad de la existencia. A través de ellos, Omar traza una cartografía emocional en la que la nostalgia no es un refugio, sino una forma de seguir dialogando con quienes fuimos y con quienes ya no están.
Celebro los versos de Lundalia así como el universo que contiene: memoria, juego, dibujo, filosofía primera. Un libro donde lo extraordinario habita en lo cotidiano, donde la infancia no termina, permanece agazapada en las palabras que elegimos para nombrar el mundo. Leer a Omar Méndez Sámano fue reencontrarme con la mirada que alguna vez tuve —o que aún conservo— y reconocer en ella la posibilidad de ver de nuevo, por primera vez.
Lundalia, de Omar Méndez Sámano, colección Fondo para las Letras Guanajuatenses, Ediciones La Rana, 2024.